viernes, 2 de julio de 2010


¡Qué tremendo juez!
Laura Castellanos
Tomado de Listindiario.com
Primera escena. Un flamante y honorable juez decidió subirse en el techo de zinc de una señora para recoger mangos. Sus pisadas en la frágil estructura llevan al hijo de la señora a exigirle que se bajara de allí.  Y así, el todopoderoso juez, con el zinc aplastado a sus pies y los codiciados mangos en mano, decide hacer uso de su digna investidura y ordena su arresto.  
Segunda escena. El hijo que defendía la vivienda de su madre es arrestado. Se inicia el desfile de autoridades del conmocionado pueblo, que van desde el gobernador, el senador, el Juez de Primera Instancia y los representantes del Colegio Dominicano de Periodistas y el Sindicato de Trabajadores de la Prensa. Todos apelan a la misericordia del ofendido magistrado para revertir tan insólita medida. Pero todos fracasan en su bondadosa misión.
Tercera escena. ¡El Juez devela el secreto detrás de de su merecida decisión! Y Hato Mayor tembló ante su revelación de que la señora es la culpable de todo, porque se atrevió a construir su vivienda debajo de su mata de mangos, con todo el trabajo que él paso “echándole agua”. Después de todo, según su propia declaración, al ilustre señor juez, nadie le ayudó a cargar el preciado líquido...    
Aunque lo parezca, lo anterior no es un guión de la Tremenda Corte de Tres Patines. La noticia, por fantástica que parezca, se encuentra en los medios junto a las informaciones sobre situación electoral, el subsidio eléctrico y los incidentes violentos. Ahí, en medio de los temas importantes, brilla esta oda al absurdo.  
Ojalá que en la cuarta escena alguien baje al señor juez de su estandarte y le recuerde algo del Derecho que parece haber olvidado.  Los únicos delitos en este caso serían los de abuso de autoridad e invasión y daños a la propiedad privada. La lista no es más larga por una razón muy sencilla: lamentablemente, las ínfulas de grandeza, la arbitrariedad y la falta de sentido común todavía no son violaciones a la ley. Y mientras se resuelve el caso, los dominicanos reímos para no llorar. Todo gracias a este tremendo juez.

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