miércoles, 30 de marzo de 2011

Cientos de hatomayorenses dieron último adiós Pochy Amparo


MANUEL A. VEGA
atacando10@hotmail.com
HATO MAYOR.- En una verdadera manifestación de dolor se convirtió en el sepelio de Miguel Amparo González (Pochy), quien el pasado martes se suicidó dándose un balazo a la boca, en la casa donde residía junto  a un primo en la urbanización Santo Domingo en la capital.
Personalidades del mundo empresarial, comercial, educativo, deportivo, religiosa, se fueron aglomerando en la residencia de doña Rosanna Aybar, abuela de Pochy, de la calle Mercedes, donde desde ayer miércoles era velado en cuerpo sin vida del joven estudiante de mercadeo.
A la 10:00 de la mañana el féretro, conteniendo  los restos, fue sacado de la sala de la residencia por amigos de Pochy, que dejaban mostrar cómo sus párpados se humedecían al saber que llevarían al cementerio para no volver a velo jamás, a uno de sus más fieles amigos.
El carro fúnebre acogió el féretro hasta la parroquia “Las Mercedes”, acompañado de la canción “Yo te Extrañaré”, del grupo Tercer Cielo, que colocó en el equipo de una passola un amigo de Pochy de apellido Albuerme.
Tras la celebración de la misa, el féretro volvió al carro fúnebre y la música del grupo Tercer Cielo volvió a escucharse en los oídos de los cientos de parroquianos que asistieron al sepelio.
Los gritos de Octavio Amaro, padre de Pochy retumbaban en medio del sofocante calor que dejaba sentir la alta temperatura.
En el trayecto, las lágrimas se apoderaron de muchos rostros, que lamentaban la tragedia que afectó la vida de Pochy Amparo.
Al llegar el carro con el cadáver al camposanto de Hato  Mayor, las lágrimas y los llantos aumentaron en ojos y boca de muchos y no era para menos, porque ya se llegaba al lugar que acogería para siempre el alma de uno de los jóvenes más alegre que conoció Hato Mayor del Rey.
El cementerio tendría en su población  a un ser que en vida fue extraordinario, a un empático muchacho, que no hizo daño a nadie, que multiplicaba los amigos  por su forma jovial de actuar en la sociedad.
Al llegar frente a la tumba, el féretro no cabía en el nicho.
El cementerio se vistió de vestidos, faldas y pantalones de colores luctuosos, que denunciaban que alguien importante había muerto.
Las tumbas fueron sitiadas por familiares y amigos, que quería apreciar los últimos minutos de Pochy fuera del nicho y ver su rostro por última vez.
Los llantos se multiplicaron cuando fue colocado frente a la tumba donde yacerá para siempre.
Pochy se resistía a ser enterrado; parecería que no quería que sus amigos lo dejaran de ver.
El ataúd debió ser desmantelado en algunas de sus partes, para poder introducirlo  el cadáver al nicho.
Antes de ser introducido, Octavio Amparo, padre de Pochy, pidió que destaparan el féretro para ver por última vez el rostro de quien casi a diario lo llamaba a New York, para saber de él.
Cuando el ataúd quedó al descubierto, el padre de Pochy se abalanzó sobre el rostro inerte, que aunque tenía los ojos cerrados, pareciera que sonría a la muerte.
Octavio Amparo, no quería entrar en razón y saber que su hijo ya no volvería a llamarlo, por ello gritó “Loquito  viejo, manito, hijo mío, quien me va ahora a llamar”.
El grito del padre hizo humedecer a muchas mejillas, que se vieron tirar lágrimas como una llave pública, conmovidos por el alma destrozada del padre de Pochy.
Pochy fue vestido de traje negro y camisa blanca; parecía un príncipe que iba para un lugar donde lo esperaba alguien especial.
Me parece que Dios le tiene un lugar especial en el cielo, a pesar de haber cometido el error de quitarse la vida.
Pienso que Pochy se bloqueó, no pudo hablar para desahogarse de lo que lo estaba matando por dentro.
Su madre, Soraya González Aybar y su hermana Sory, no  contenían las lágrimas durante el todo el trayecto hasta el cementerio.
Indudablemente, Poche Amparo, fue un ser excepcional, que a pesar del error que cometió de segarse la vida, vivirá entre muchos amigos que valoramos su sexapil que le caracterizó y que le ayudó a ganar amigos en la tierra.
Adiós mi pequeño amigo. Adiós te digo por hacerme reír muchas veces; te fuiste y me dejaste, pero sé que te encontraré otra vez y me sonreirá como lo hacía cuando visitaba mi casa buscando a mis hijos, Alexis, Vladimir y Paola.
A poca gente conocí en la tierra como tú, fuiste excepcional.

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