sábado, 2 de julio de 2011


Juan Bosch: Memorias del Golpe (1)
FARID KURY
 A partir de hoy estaré publicando en este periódico, que es de ustedes, una serie de artículos sobre el Golpe de Estado del 25 de septiembre de 1963 contra el presidente Juan Bosch. Se trata de una ligera narración en primera persona sobre dichos acontecimientos, que espero sea del agrado de mis apreciados lectores.
También que sean de provecho para las generaciones de hoy que no vivieron en carne viva la desgracia de aquel golpe de Estado que tanto daño ha significado para  la República Dominicana, esa que tanto amó y defendió el ilustre profesor Juan Bosch).
“Aquella noche, 24 de septiembre de 1963, día de la Virgen de Las Mercedes, Patrona del pueblo dominicano, estaba tenso y perturbado. En condiciones normales no era dado a sentirme así. Pero aquella noche no era normal. En la atmósfera flotaba un fuerte olor a golpe de Estado. En realidad, desde que asumí la presidencia de la República siete meses atrás, el fantasma de un golpe de Estado rondaba incesantemente sobre mi cabeza como una espada desenvainada.
Yo había ganado casi con el sesenta por ciento de los votos las elecciones de diciembre de 1962, organizadas por el gobierno del Consejo de Estado que presidía el Licenciado Rafael L Bonelly, cuya simpatía no precisamente me era favorable. Eran las primeras elecciones democráticas desde las de 1924, aquellas que, organizadas todavía con el país mancillado por las tropas norteamericanas, fueron ganadas por el caudillo mocano Horacio Vásquez. Aún así, la oligarquía criolla, la llamada gente de primera, agrupadas en la Unión Cívica Nacional, que apostó al doctor Viriato Fiallo, nunca se resignó. Siguió creyendo que yo le había usurpado el poder, y desgraciadamente para el país, nunca dejó de acariciar la oscura idea de conseguir a través de la conspiración lo que le fue negado en las urnas”.
“No era un secreto lo que se fraguaba. Hasta el más humilde hombre del pueblo olfateaba que los encumbrados militares, instigados y apoyados por los cívicos, la Iglesia Católica y la Misión Militar Norteamericana en el país, conspiraban contra el gobierno legalmente elegido y amenazaban con usar su poder de fuego para derrocarme. Yo no estaba ajeno a la conspiración que aquella noche septembrina corría como un caballo árabe desbocado. Diversas fuentes me habían enterado de ella. El propio Secretario de las Fuerzas Armadas, Víctor Elby Viñas Román me había sugerido no dormir en mi casa. Incluso, en la mañana, un amigo de esos que conocen el terreno donde pisan, y en que se podía confiar, me había advertido de un plan para matarme. En principio la advertencia no me perturbó demasiado. No era yo de los que con facilidad cedían al pánico. Sabía, como tantos dominicanos, que mis adversarios, que son los mismos adversarios de la democracia, conspiraban a plena luz y daban el cielo por hacerme saltar del poder”.
Los había derrotado, casi humillado, en las elecciones, y desde entonces el resentimiento los mantenía enceguecidos y obstinados. Habían intentado inútilmente impedir mi toma de posesión. Diversos planes fueron elaborados en esa dirección.
Hoy todos sabemos que la matanza de Palma Sola, ocurrida el 28 de diciembre en un paraje de San Juan de la Maguana, que dejó decenas de muertos, fue un lamentable episodio dirigido a dificultar el proceso democrático. En esa matanza murió misteriosamente el general Miguel F. Rodríguez Reyes.
Era sabido su apego a la constitución y su respeto al poder civil, por lo cual pensaba designarlo al frente de Las Fuerzas Armadas. Tiempo después quedó revelado que esa matanza fue provocada intencionalmente para asesinarlo. Siempre he conjeturado en mi intimidad sobre ese hecho y ya quedará para siempre sin una respuesta satisfactoria esta     interrogante: ¿Cuál hubiese sido el destino de mi gobierno si en vez de morir en las montañas de Palma Sola, el general Rodríguez Reyes hubiese sido designado como jefe de los cuerpos castrenses?



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