viernes, 30 de noviembre de 2012

“La azada me tiene viva”, revela anciana de 96 años vive de repasar conucos en El Seibo


Sin sillas para sentarse y recibir visitas, estufa para cocinar y una cocina forrada de palos de jobo vive a sola doña Ricarda Díaz Rodríguez, la mujer agricultora de Las Yayas en Mata de Palma de El Seibo.

 Manuel Antonio Vega

Mata de Palma, El Seibo.- La sección Mata de Palma, ubicada  a 35 kilómetros al sur de El Seibo, está llena de parajes y bateyes, donde la longevidad en los humanos es muy acentuada, encontrándose casos de que en diez personas se pueden acumular más de mil años de edad, pero también donde vive doña Ricarda Díaz Rodríguez, una envejeciente que al contar los 96 “abriles” labora y cultiva la tierra como un hombre, baila atabales como una niña, lava  y coces sus alimentos.
Asegura que  la vida le ha sido duradera por contar con su azada y el pedazo de tierra donde produce sus alimentos y cría animales.
Célebre en la comarca por su laborantismo agrícola, la longeva mujer, asegura que lleva más de 80 años sembrando yuca, plátano, batata, maíz, mango, zapote, para ayudar a sus tres hijos, que el menor, Mariano Díaz cuenta los 63 años. La cosecha una parte la vende y otra la da a sus hijos y vecinos para que coman.
Doña Ricarda, como la trata todo el que vive en la comunidad de Las Yayas, reveló que desde hace 22 años, que murió su esposo, ella sola limpia, acondiciona y siembra su parcela, de unas 80 tareas.
“Mi magia para que la maleza no crezca es estar todos los días con mi azada en el conuco y en cuanto veo una yerbita la arranco o le dejo caer el filo de la azada”, significó.
Ricarda ahora labora en tierra heredada, pero que cuando joven, se ganaba la vida, repasando conucos, cortando caña y rifando en las comunidades bateyeras.
La laboriosa y esforzada mujer, se levanta a las 6:00 de la mañana y que quita la azada del conuco a las 5:00 de la tarde, cuando  gallinas y gallos que cría inician el vuelo a los árboles, a dormir.
Es poseedora de una lucidez extraordinaria y de verbo florido al hablar.
Recuerda que nació cuando los “Desalojos Rurales” que hicieron los americanos en la intervención de 1916-1924.
Desde que se casó, Ricarda siempre estuvo repasando y sembrando la parcela que heredó de sus padres en el batey La Yaya, a unos 44 kilómetros, al sur de El Seibo.
Ramón de la Rosa, el médico de la comunidad, sostiene “que es una mujer tan trabajadora que a la hora que usted vaya a su humilde casita, la encuentra con la azada en la mano, despegando maleza en su conuco, el más limpio de La Yaya”.
Su parcela es tenida como modelo por las autoridades del Ministerio de Agricultura, cuyos técnicos van con frecuencia a dar asistencia y asesoramiento para el cultivo de ciclo corto, a la longeva agricultora.
“Lo único, que me he matado trabajando, solo espero que esté la cosecha, para recoger los frutos que me sirven sólo para comer junto a mis hijos, pero nunca he podido reunir para comprar una estufa”.
Coces sus alimentos en un fogón de tierra que construyó en la enramada que le sirve de cocina.
La mayoría de los hogares  en Las Yayas, pobres por demás, utilizan leña para cocinar y calentar el agua.
Esto implica para doña Ricarda una tarea adicional en los trabajos agrícolas, ya que tiene que esperar que uno de sus hijos le busque el agua al río, a unos 4 kilómetros o utilizar la que almacena cuando llueve, para asearse o cocer los alimentos.
Las condiciones de vida de las mujeres rurales de Las Yayas no son las más halagüeñas, porque la comunidad carece de agua potable, no hay energía eléctrica, la mayoría de las viviendas carece de estufa de cocinar y los colmados están muy distantes.
Para Ricarda su principal escollo es la falta de agua, “porque después toda la comunidad me quiere, me mima, respeta y cuida, porque todo el que pasa me vocea, Cándida aún está viva”.
En Las Yayas, como en toda la sección de Mata de Palma hay diferencias agroecológicas y hay años donde la lluvia escasea y sus habitantes tienen que consumir agua salobre que extraen de pozos, muchas veces contaminadas por los agroquímicos que se aplican al cultivo en las colonias de cañas.
En la zona existen aljibes o depósitos para la recolección y conservación de agua de lluvia que se extraen con malacates.
 NO SE ENFERMA
Ricarda es sincera al hablar, tras afirmar que no se anda enfermando, lo que fue corroborado por el médico de la comunidad, Ramón de la Rosa, que la visita en campaña de prevención, con frecuencia.
“Su ritmo de vida y el movimiento constante de su cuerpo en el laborantismo agrícola, la mantienen vigorosa; esta mujer no se enferma, aunque a su edad es hipertensa le suministramos los medicamentos y ella lo asimila muy bien”, contó el médico Ramón de la Rosa, a quien encontramos en la casa de la longeva agricultora.
El médico aprovechó para pedir a las autoridades del gobierno, que vaya en auxilio de esta agricultora, dotándola del seguro de Senasa y mejorarle la vivienda.
“Esta mujer es digna de admiración y de que se le ponga atención, por ser ejemplo a seguir en comunidades tan pobres como Las Yayas, donde casi solo se ve caña y ganado”, dijo De la Rosa.
NO VIVE BIEN
Desde que su esposo murió, ha sido duro su batallar y la pobreza la arropa, ya que a la cocina  ni a su hogar podido cambiarle el piso de tierra por cemento.
La cama donde duerme data de más de 20 años y la soportan palos cruzados, para decir que no está en el suelo.
A pesar de su pobreza es un ejemplo vivo de la mujer rural en la República Dominicana, a la que el gobierno central debe ponerle una atención especial.

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