HATO MAYOR.- Le escribo a mis amigos lectores, que son muy heterogéneos y críticos acervos de nuestro trabajo periodístico desde la Capital del Cítrico, Hato Mayor, ubicada a 106 kilómetros de la capital Dominicana, para que se enteren como va mi vida después de ser amenazado por persona ligada al narcotráfico.
Aseguro que estoy llevando una vida normal y que los agentes policiales que me asignó el jefe de la Policía Nacional, Guillermo Guzmán Fermín, sólo participan conmigo sólo me acompañan en mi trabajo, por petición nuestra.
Quiero comunicarle, que luego de las amenazas, algunos de los autores de las mismas, nos han enviado cartas, realizados llamadas y enviados familiares para que le perdonemos.
A mis lectores, les aseguro que nos claudicaré en mi lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado, que está siendo enfrentado con valor y decisión por las autoridades judiciales y la DNCD en Hato Mayor.
Quiero comunicarle que el negocio de las drogas en Hato Mayor, nos está trayendo secuelas de robos, atracos, asaltos, crímenes y un número cada día más creciente de jóvenes que se han dejado arrastrar el bajo mundo de las drogas.
Ya en mi pueblo hay familia completa viviendo de la comercialización de las drogas, mientras hogares han sido destrozados por el consumo de drogas que practican algunos hijos.
Pienso que hay que trabajar más en la educación de los hijos en los hogares, que la base principal para que ellos puedan desarrollarse y educarse plenamente.
Soy de lo que cree que los padres están siendo muy timoratos y blandengues en las crianzas de los hijos y que por esa causa hoy Hato Mayor se ha llenado de delincuentes, sobre todo en los barrios más empobrecidos.
Las autoridades están haciendo el trabajo para enfrentar y disminuir la venta y el consumo de drogas, pero desde los hogares se hace muy poco o prácticamente nada, para evitar que los hijos corran y sean atrapados por el flagelo, que tanto corroe la humanidad.
Yo quisiera volver a ver Hato Mayor despertarse en la mañana y llamar al vecino para brindarle café, o escuchar al esposo cuando llega del campo decirle a su compañera, “oye traje dos auyama dale una a la vecina para que le eche a la habichuela o al locrio”.
Ya esas costumbres que tanto unificaban a las familias con los vecinos han desaparecidos, pero abogo porque sean restablecidas y en esa tarea pueden ayudar las iglesias y las juntas de vecinos de barrios.
En resumen, lo que quiero no es cambiar la sociedad de Hato Mayor, sino contribuir a que sea más sana, menos podrida y más justa.
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