viernes, 30 de octubre de 2009

La cárcel de La Romana está en estado deprimente

SORANGE BATISTA

Solo cabrían 91 pero el sistema carcelario no repara en límites. La cárcel de La Romana, de las de peores condiciones, aloja 548 hombres y mujeres y su penosa fachada es “con vista al puerto”.
La Romana. Enclavado frente al puerto que recibe los cruceros que llegan al principal polo turístico del país, se encuentra uno de los recintos más deprimentes del sistema penitenciario: la cárcel de La Romana.
Una masa de 548 hombres y mujeres cohabitan en un espacio destinado solo a 91 personas, concentrando este penal cinco veces la cantidad que resiste.
Está ubicado a la izquierda, en el área que ocupa la fortaleza del Ejército de esta ciudad. Como es típico en las instituciones castrenses, la primera impresión es de higiene y organización. Agentes espigados custodian celosos el entorno y se mantienen atentos a cualquier movimiento anormal.
Sin embargo, esa primera impresión se diluye pocos metros adentro, donde, luego del chequeo rutinario, se accede al patio del recinto ambientado en una mañana de domingo con la estridencia de varias bocinas y una mezcla de ritmos.
“Esta es la cárcel”, dijo un miembro del Ejército que hizo de guía, frente a un pequeño patio en que decenas de hombres compartían en medio del ruido y juegos de dominó.
“Arriba están las mujeres”, agregó frente a una imagen que no podía ser peor.
Confinadas. Un montón de mujeres aglomeradas detrás de rejas observaban la ‘diversión’ en el patio al que no podían bajar. Tal vez como consuelo, estaban maquilladas y vestidas ‘de domingo’.
“Solo nos sacan a las 7:00 de la mañana y a las 6:00 de la tarde para comprar cualquier cosa abajo”, explican.
El panorama, ni por asomo, se compara con las mujeres ubicadas en los centros del nuevo modelo, donde priman las condiciones idóneas para la rehabilitación, pero aquí no es así.
La mayoría de las mujeres recluidas en este penal están en una especie de baño de vapor permanente del que solo salen dos horas al día, para evitar que se rocen con los hombres que, en el tiempo restante del día, ocupan el patio.
“Mira!, mira... hazme la diligencia para que me trasladen a Najayo, yo no quiero estar aquí, hace mucho calor y casi no se puede salir”, pedía una reclusa que conversaba junto a otra mientras enjugaba el sudor que chorreaba por su rostro.
Estaban sentadas en el dormitorio que comparten, compuesto por una cama pequeña, algunas ropas en la pared y artículos personales. No cabe nada más.
Las presas ocupan tres celdas en las que hay 29, 26 y 24 chicas. En las dos primeras están separadas en estrechísimas goletas improvisadas a lo largo de un pasillo en que viven dos y tres. Las 24 condenadas ocupan la celda 10 y duermen en literas de tres niveles y tienen un televisor “para las novelas”, dicen.
En comunidad. Lejos del custodia las mujeres aseguran que se llevan bien y por celdas comparten una estufa eléctrica y el baño, que mantienen limpio.
El tema de la sexualidad aflora: “Yo digo que no me meto a lesbiana pero cuando una dura tanto presa no se sabe”, dice una, mientras otra que lleva nueve años allí asegura que ni siquiera piensa en sexo, ‘pero a nosotras no nos dejan tener relaciones y muchas terminan en eso”, confiesa.
Entre sus dudas o mentiras disfrazadas esas mujeres ven pasar los días y asomadas por la ventana que da al puente que lleva a Casa de Campo observan pasar a los que ni siquiera se percatan de que ellas existen y están allí.
El infierno
Si la creencia de que el infierno es un lugar caliente es cierta, ya los presos de La Romana lo conocen. Sus goletas están ubicadas en lúgubres pasillos en los que ‘como puedan’ se acomodan. Aquí no hay lugar para muchos privilegios porque sencillamente el espacio no alcanza.
“Muchacha, esto aquí es el mismo Diablo o peor, estrecho, caliente y en la boca del mal”, dijo un recluso que recién había sido trasladado a ese penal.
Sobre los vicios, los reos aseguran que, a pesar de que el registro es riguroso, cuando se hacen redadas allí siempre aparecen drogas, cuchillos y celulares.
En el patio están, uno al lado de otro, un ventorrillo, una iglesia, un colmado y potentes bocinas. Bajo un área techada los presos se entretienen en juegos de mesa.
Rabo e’ chivo
Pidiendo permiso para no interrumpir la intimidad en los camastros, típica de un día de visitas, se llega a la peor área de allí: Rabo e’ chivo. “¿Qué quiere?” pregunta en su escaso español un haitiano que compartía con una mujer y al enterarse de que se observaban las condiciones en que están no dudó en decir: “esto es para ratones”. Y no se equivocó.
Realmente parece una cueva de ratas pero, aunque allí abundan, hay hombres.
El olor a sudor, humedad y marihuana se hace presente en el área oscura y carente de ventilación, cuya condición obliga a que los presos se mantengan más en el patio que dentro.

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