miércoles, 20 de abril de 2011

UN ARTICULO: Ejemplos de la historia (8) Balaguer en la muerte de Caamaño

FARID KURY
Francisco Alberto Caamaño Deñó, El Coronel de Abril, El Guerrillero de Caracoles, es sin disputa un símbolo dominicano de patriotismo y de valor.
A él le tocó, por fuerzas de las circunstancias, ser el jefe militar de La Revolución de Abril, de aquella revolución en la que nos enfrentamos con coraje y dignidad a las tropas del imperio que había venido "revuelto y brutal" para impedir la vuelta al poder del profesor Juan Bosch. Y a él también le tocó, precisamente por disposición de Juan Bosch, quien se encontraba en contra de su voluntad en Río Piedra, Puerto Rico, ser el Presidente Constitucional de la República en Armas.
En aquellos momentos gloriosos, Caamaño encabezó con coraje y con determinación la lucha del pueblo dominicano.
Terminada la guerra y depuestas las armas, el coronel hubo de salir a Londres como Agregado Militar de la embajada dominicana.
Pero el que llegaba al viejo mundo no era el Caamaño que el coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez, sin duda uno de los militares más integro que ha tenido este país, había tenido que convencer para integrarse a la lucha contra el Triunvirato.
El de ahora era el que había tenido que enfrentarse a la primera potencia militar del mundo, y eso había transformado su visión de la política mundial.
El 16 de mayo de 1966, ocupada aún la República Dominicana, se celebraron elecciones, y aunque Bosch, el candidato del PRD, era el preferido del pueblo, los gringos pusieron en el Palacio a  Joaquín Balaguer, el mismo diminuto personaje que había servido durante los 31 años completitos a la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo.
Aquello impactó poderosamente el alma de Caamaño, quien esperaba ansiosamente la victoria de Bosch para regresar al país y cooperar con el gobierno. Frustrada esa posibilidad empieza a apoderarse de él la idea de ir a Cuba clandestinamente a formar un grupo  guerrillero para venir a la República Dominicana a combatir con las armas a la dictadura balaguerista que llenó las calles de Santo Domingo de mucha sangre y luto. Era octubre de 1967. La Guerra Fría estaba en su apogeo. Eran los tiempos del foquismo y de la exportación de las revoluciones.
En Cuba es recibido por el propio Fidel Castro, y pronto inicia los preparativos guerrilleros. Aunque al principio el proyecto revolucionario recibió todo el apoyo de la Revolución Cubana, pronto empezaría a confrontar enormes dificultades.
Los intereses mundiales de Estados Unidos, la Unión Soviética, y de la propia Cuba, conspiraban contra el proyecto caamañista.
Al final,  en 1973, Caamaño, contra toda lógica militar y política, decide abandonar Cuba al frente de sólo ocho guerrilleros valientes y con mucho amor por el país. Pero para 1973 la situación dominicana era diferente a la de 1965.
Ahora el control político y militar del presidente Balaguer era sumamente sólido. Y en lo económico el país se transformaba como consecuencia de un crecimiento, que en el período 1970-1974, alcanzó las tasas más altas de América Latina, lo cual permitió una acelerada industrialización de las ciudades y el surgimiento de una clase media importante, que integrada al proceso de crecimiento económico nacional, dejaba de pensar en los procesos revolucionarios para sólo pensar en su trabajo, en su familia, en sus necesidades, y en su bienestar individual.
Caamaño desconocía esa nueva realidad, y tal vez por desconocerla decidió arribar al país con ocho, sólo ocho, guerrilleros. A las costas dominicanas llegó el 2 de febrero, internándose con su pequeño grupo en la Cordillera Central. La cacería desplegada por el régimen fue inmediata y tenaz.
En tanto, por las razones descritas, ningún apoyo le pudo ser dado. Sometido a una persecución salvaje por parte del Ejército y la Fuerza Aérea, sería cuestión de días su caída.
Uno a uno los combatientes fueron cayendo hasta que el 15 de febrero, sorprendido en una emboscada, Caamaño sería herido y apresado. Pero a Caamaño el régimen no lo quería vivo ni preso. Lo quería muerto. Es lo que explica la orden de fusilamiento atribuida con razón al propio presidente Balaguer.
En Nizaíto y en presencia del alto mando militar fue ejecutada esa orden criminal y cobarde, que empequeñece ante el juicio severo e implacable de la historia al doctor Joaquin Balaguer.
En todas partes las vidas de los prisioneros de guerra se respetan. Caamaño era un prisionero de guerra y su vida debió ser preservada y respetada. En tanto, el pueblo dominicano, adolorido, impotente, herido, no le quedó más que llorar a su héroe.

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