FARID KURY |
FARID KURY
En política, como en la vida misma, nada está escrito con tinta china.
Todo puede ser y no ser.
La política es la actividad de la incertidumbre.
Envuelve la relación de la sociedad y el individuo con el poder. Envuelve, además, muchos intereses, intereses de toda índole.
La política, también, es pasión y sentimientos. Y la pasión y los sentimientos cambian, y cambian a una velocidad acelerada.
Cada vez que cambia la coyuntura, cambian así mismo la pasión y los sentimientos de la gente.
Pensar, en consecuencia, que la gente está hipotecada para toda la vida a un partido, un candidato o a un líder, es una tremenda ingenuidad y un grave error.
En esta democracia electoral, donde la lucha por la sobrevivencia personal, que por lo general, se desarrolla en medio de dificultades económicas, ha convertido a los votantes en menos leales y fieles a los partidos, nadie debe creer que cuenta con ellos en todas las circunstancias y contra vientos y mareas.
En esta democracia, si se quiere electrónica, donde el sentimiento de la gente está moldeado por esa pantalla chica, abrumadoramente poderosa, nadie está inmune a los vaivenes y los vientos del momento.
Nadie debe pensar que la lealtad de los votantes es eterna e inconmovible. No lo es.
Nadie, no importa que haya ganado antes muchas batallas, debe pensar que está blindado o que está a pruebas de balas. Créanlo, en estos tiempos donde todo se transforma con rapidez, nadie lo está.
Una elección es una batalla electoral que se gana día a día y minuto a minuto.
Digo todo eso, porque a veces observo, penosamente, que cuando se tiene muchos años en el poder, cuando se ha ganado muchas batallas, cuando se ha salido victorioso de muchos procesos, se apodera de los gobernantes y de sus amigos una sensación de que siempre pueden vencer, no importa lo que hagan o las medidas que tomen.
Incluso, llegan a sentir una sensación de poder tan grande que creen que pueden desafiar la gravedad.
A eso, algunos le llaman El Síndrome del Triunfo Permanente. Siento que ese síndrome se está apoderando de algunas gentes, que hacen bien en despertar bien pronto.
Y deben hacerlo rápido, por el bien de la nación, esa que tanto amó Juan Bosch.
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