FARIK KURY |
FARID KURY
Sé, como no, que resulta casi fantasioso concebir un presidente renunciando a la presidencia. ¿Acaso no es llegar a la presidencia a lo que aspiran los políticos? ¿No es esa la meta cumbre deseada de manera desenfrenada y algunas veces hasta irracional por todo el mundo? ¿No vivimos en un país donde todo el mundo participa en política y se creen con autoridad para juzgar a los hombres serios y a opinar de todo y contra todos? ¿No se ha desatado aquí una locura entre la clase política que a lo menos que los ha llevado casi a todos es a creerse con sobradas condiciones para aspirar a la presidencia de la República?
No sé si por suerte o por desgracia, aunque me atrevo a creer que por suerte, no soy ni seré nunca de esos políticos. No soy ni seré ambicioso en la búsqueda del poder. Para mí la política ha sido y será siempre un sacerdocio de servicio y entrega a los mejores intereses. En ese contexto, llegar al poder o mantenerse en él no es una prioridad. Nunca lo ha sido. Sólo lo desearía en la medida en que a través de él pudiera implementar mis criterios y ejecutar mis planes. Si no puedo, entonces no tendría sentido la presidencia.
El poder como objetivo personal no lo pretendo, no me interesa. Si de lo que se trata es de satisfacer mi ego personal, creo poseer talento suficiente para dedicarme a la literatura y por ella ocupar un lugar preponderante en el universo.
Se puede alegar que ese razonamiento es propio de los soñadores y no de los políticos. Que en política lo esencial, lo primordial, es aspirar al poder y mantenerse en él, y que todo, hasta los crímenes, son justificables cuando de eso se trata. Este criterio, para mí absurdo, se ha extendido tanto, que hasta gentes mías lo repite tanto que he llegado a la triste conclusión de que décadas de enseñanzas éticas no les ha servido de mucho.
Tal vez tengan razón quienes piensan así. Al fin y al cabo así ha sido y quizás sea así por los siglos de los siglos. Pero es el caso de que yo pienso diferente. Y tengo derecho. A mí el poder por sí mismo no me va a gobernar. Yo no soy esclavo de la pasión del poder. Hay muchos que lo son. Allá ellos. Es así el enano de la Máximo Gómez, el que con fraudes ha gobernado este país por años y años. Esclavo de esa pasión, siempre fue gobernado, aplastado, por ella. ¡Pobre infeliz¡ Es de los que creen que sin el poder o sin la política el mundo termina. Y la verdad, la verdad verdad, es que no es así. Y lo puedo decir yo que he conocido el mundo.
El propósito de renunciar, por tanto, no era un juego. Era real. Entonces, casi ya de madrugada empecé a recoger mis pertenencias y a limpiar el escritorio desde el cual, por fugaces siete meses, levanté bien alto y sin parar la antorcha del decoro y el patriotismo.
Muchos creen que el decoro y el patriotismo no colindan con los gobernantes ni con los políticos. ¿Por qué no? Yo probé que sí. Se puede ser político y presidente sin dejar de ser honesto y patriota. Aunque a decir verdad, en este mundo de Dios, donde el dinero, sin importar su procedencia, es sinónimo de éxito, pocos lo son.
Empecé a redactar la renuncia que al otro día presentaría ante la Asamblea Nacional. Al menos eso pensaba.
Pero los militares tenían oros planes. Reunidos en el despacho del ministro Viñas Román, analizaban la nueva situación. Les había llegado la noticia de lo que me proponía hacer y eso les desagradó. Algunos plantearon que debían hacerme desistir. La mayoría, sin embargo, opinó que era improcedente dirigirme a la nación desde el Congreso.
Entendían que usaría mi habilidad comunicativa y mi respaldo popular en su contra. Lo que procedía, en consecuencia, era un golpe de Estado y punto. Y efectivamente, eso fue lo que ocurrió, para desgracia de la República Dominicana.
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