El informe de un individuo que asesinó a patadas a su propia hijita en el vientre de su madre, es un suceso de tal magnitud que o las autoridades y la sociedad dominicana –las iglesias incluidas - frenan esta barbarie o el raciocinio y la dignidad nacional colectiva perecerán irremediablemente a fuerza de no movilizarse cuando la realidad reclama acciones verdaderamente ejemplarizantes.
El reporte proviene de Hato Mayor firmado por el colega Manuel Antonio de la Vega desde su revista Atacando.
Se acepta cada vez más que la objetividad es un mito y que ni en la comunicación ni en la filosofía, ni en los tribunales ni en ninguna de las esferas de la vida existe la objetividad. Mucho menos cuando los acontecimientos superan al raciocinio, perturban el sentido común y provocan una rabia cegadora de cualquier “objetividad”.
En cualquier parte del mundo una noticia tal consternaría de tal manera que todas las estructuras del poder y civiles presentarían el hecho como la mejor prueba de hay una nación sin rumbo, corroída por una violencia desnaturalizada y feroz sin otra contraparte que una inercia perversa. Ese país sería este que amamos: la República Dominicana, la Quisqueya de nuestros ancestros.
Està claro que no se puede perder un segundo más para decretar duelo nacional por esa pequeña asesinada, por esos niños ahorcados, por los casi 140 feminicidios habidos en 8 meses.
Liturgias en todos los templos y santuarios de todas las iglesias y creencias, un minuto de silencio en el Congreso predecesora de la adopción de una ley al vapor que sancione del modo más severo y radical a los autores de estos crímenes sin nombre y sin medida.
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