Por cierto, su mamá fue la primera persona que el propio Pedro le comunicó sobre su exaltación, incluso unos diez minutos antes de que se produjera el anuncio oficial por parte del Salón de la Fama de Grandes Ligas. La llamada llegó desde Boston a Hato Mayor, donde reside Leopoldina.
“Los ojos se me llenaron de lágrimas, no podía contener la emoción que sentí cuando mi hijo me llamó”, expresó Leopoldina ayer al Listín Diario desde su hogar en Hato Mayor. Su felicidad se le notaba en cada una de sus expresiones.
Era la tercera ocasión que Pedro la llamaba durante el día, había un poco de nerviosismo y tensión de ambas partes. “No te apures mi hijo que yo voy a orar mucho por tí”, le había informado la dama a las 11:30 de la mañana, la última vez que habían hablado antes de la llamada producida poco antes de las tres de la tarde.
“Quería que Dios me lo ayudara y le otorgara la decisión de ingresar al Salón de la Fama”, agregó Doña Leopoldina, quien al momento de recibir la llamada se encontraba en el hogar junto a su sobrino, Leonardo Martínez, la ama de casa, Delia Santana y el agente policial, Carlos Manuel Peguero.
Aunque cuenta con 69 años, ella no lo pensó dos veces y destapó una botella de champagne para celebrar la exaltación de su vástago. Y prometió en la tarde tomarse un par de “copitas”, pues la ocasión lo ameritaba.
“Estoy viviendo uno de los momentos más gratos de mi vida, mi hijo es un inmortal del Salón de la Fama”, decía una y otra vez al Listín Diario esta madre de seis hijos, de los cuales Ramón y Jesús también firmaron para el béisbol y en el caso del primero y al igual que Pedro ranqueado entre los mejores lanzadores dominicanos de todos los tiempos.
Alegre desde pequeñito
Al recordar al Pedro Martínez desde su niñez, Leopoldina expresó que siempre fue alegre y juguetón, era una especie de melao de lo dulce que era.
“Era bulloso, respetaba y compartía con las personas mayores”, agrega la señora, quien desde joven se esforzó en criar a sus seis hijos haciendo diferentes oficios como lavar, planchar, vender arepas y dulces.
Todo esto forma parte de las peripecias que pasan muchas familias pobres, pero honradas y cuyo esfuerzo se vio premiado por la presencia de dos de sus hijos en las Mayores y que ayer recibieron el máximo galardón que pueda ser otorgado a un jugador de béisbol.
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