MANUEL A. VEGA
HATO MAYOR.- Manuel de Jesús Santana Sosa, acaba de cumplir 74 años de edad, de los cuales entregó al Consejo Estatal del Azúcar (CEA) 55, pero ahora está viejo y acabado y sin una pensión para terminar de vivir los últimos años de su vida.
Llegó a la redacción de este medio con una vieja bota de goma y una gorra, color verde de la Confederación Cristiana de Campesinos sin Tierra (CCCT), con la cual simboliza que es un auténtico campesino, pero que está pasando hambre por la falta de recursos.
“Soy campesino de nacimiento, pero de nada me ha valido, porque aunque sé laborar la tierra no he podido conseguir mi pensión ni tan siquiera un pedazo de tierra para ponerla a producir”, acotó el atribulado hombre, que dijo: “lo visito y aún no he pasado nada de comida por mi boca”.
Manifestó que lo único a que aspira es que el CEA lo pensione para terminar de vivir los días que le quedan de vida.
Actualmente Manuel de Jesús Santana Sosa está sufriendo de presión alta, lo que lo ha obligado recurrir a la caridad pública, para poder comprar los medicamentos y hasta para comer.
“Estoy comiendo de bocados que dan los vecinos del batey Doña Ana, una comunidad distantes 22 kilómetros al oeste de Hato Mayor, donde los caminos son inaccesibles.
Dijo que tiene cuatro nietos a su cargo, los cuales son huérfanos de padre y madre, ya que se mataron en un accidente en la zona turística de Juan Dolio, hecho ocurrido en el año 2006.
Don Manuel reside en una vieja casona, donde carece de estufa, sillas, comedor y una sola cama donde duerme con sus nietos.
Para cocer los alimentos de él y los nietos, Don Manuel tiene que recorrer más de kilómetro y medio al río Casuí a buscar el agua.
“Muchas veces solo comemos caña y naranjas babores y nos acotamos sin cepillarnos, porque no contamos con recursos para comprar pasta de diente”, dijo con lágrimas en los ojos.
Pidió a las autoridades provinciales de Hato Mayor, ayudarlo, porque “no quisiera morir y dejar mis nietos en la calle, sin protección”.
“Ayúdenme a mi, porque haciéndolo ayudan a mis nietos Rafael de 11 años, Migue Ángel de 9, Juancito de 8 y José Miguel Santana de 5 años”, manifestó.
Narra que tres de los niños están yendo con ropas precarias a la escuela del batey y que un uniforme ha sabido durarle tres años, por no tener recursos para comprarlo cada año.
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