martes, 7 de junio de 2011

UN ARTICULO: Dos lecciones a tomar en cuenta


FARID KURY
 FARID KURY
Cuando George Bush se lanzó en 1991 a buscar su reelección, todo el mundo, incluyendo los magnates del Partido Demócrata, pensaba que estaba garantizada.
Tenía a su favor los tres períodos del Partido Republicano, iniciados por Ronald Reagan en 1981, con lo cual arrancó lo que se llamó la Revolución Neoconservadora, que entre otras cosas, había devuelto el sentido del orgullo y de superpotencia a los norteamericanos.
También le favorecía la victoria, la gran victoria, en la Guerra del Golfo Pérsico, contra el dictador iraquí y ex aliado de los Estados Unidos, Saddam Hussein, obtenida con muy escasas víctimas, y con la cual se dejaba atrás la debacle de Vietnam y se garantizaba el suministro a futuro del petróleo.
De esa guerra la imagen del presidente Bush se elevó por los cielos. Según las encuestas, el 80 por ciento de los norteamericanos aprobaban su gestión y lo querían por 4 años más en la Casa Blanca.         
Todo era felicidad y gloria para los Bush y  los republicanos. Tanto era así, que en el Partido Demócrata, los que eran considerados como posibles candidatos, como por ejemplo Mario Cuomo, el ex gobernador de Nueva York, se replegaron y no se presentaron a la batalla electoral. No querían perder.
Fue entonces cuando el gobernador de Arkansas, William Jefferson Clinton, con 43 años, decidió presentar su candidatura. Aunque era muy joven ya había sido fiscal y había ganado en cinco ocasiones la Gobernación de Arkansas, un estado del Sur, pequeño y conservador. Carismático, inteligente, y buen comunicador, había podido vencer muchos obstáculos, sobre todo de faldas, y convertirse en un consistente triunfador. 
Ahora deseaba ser presidente de los Estados Unidos, el país más poderoso del planeta. Ese había sido su sueño, su propósito, desde siempre.  Nunca había querido dedicarse a los negocios, sino a la política, y estaba que no veía por  llegar a la Casa Blanca. En 1987 tuvo la oportunidad de ser, al menos precandidato, pero tras analizar la coyuntura decidió esperar un momento mejor.
En 1991 el momento no era bueno. Cuando empezó, no le daban posibilidad de ganar siquiera la nominación por el Partido, y obviamente, mucho menos, de ganarles la presidencia a George Bush y el Partido Republicano.
Pero cuando la cosa está para uno no se la quita nadie. Es lo que algunas gentes llaman la fuerza indescifrable del destino.    
Entonces, y cuando menos se esperaba, la economía norteamericana empezó a entrar en un proceso de recesión económica, que al agravarse generó una pérdida importante del empleo que  afectó básicamente a la clase media.
 La imagen sólida de Bush empezó a resquebrajarse, su popularidad a declinar y la posibilidad de ser derrotado se trajo por primera vez al debate. El electorado, sensible ante la pérdida del empleo, que alcanzó la elevadísima cifra de nueve millones, empezó a ver a Bush como indiferente a sus problemas, nadando en la abundancia familiar, mientras ellos sufrían los rigores de la recesión económica.
 Como contrapartida, el electorado puso su vista en Clinton y su mensaje. Como su personalidad era encantadora y él era excelente comunicador, los votantes empezaron a ponerle atención a su mensaje.
Ese mensaje de redención económica, de cambios sustanciales, de adecuación al nuevo orden internacional, de concentrarse más en los problemas económicos internos, resultó bien atractivo para los millones de norteamericanos que veían preocupados descender sus niveles de vida.
De repente la campaña de Clinton, que había escogido, contra todas las recomendaciones a Al Gore como su compañero de boleta, empezó a fluir, a avanzar y a aparecer puntera en las encuestas.
En un giro de 180 grado de la situación, considerado como el más espectacular giro conocido en la política norteamericana, Clinton empezó a encabezar las encuestas hasta con 20 puntos de diferencia.
 El pánico arropó los predios republicanos. Estaban asombrados y no creían lo que estaba ocurriendo. No podían creerlo. Estaban perdiendo las elecciones que creían tener en el bolsillo chiquito.
Entonces prepararon todas sus armas de destrucción masiva y las lanzaron sin ningún miramiento contra Bill y su esposa Hillary. Bill fue acusado de ser un promiscuo sexual, de no tener carácter, de ser mentiroso y de un millón de cosas más.  A Hillary la presentaron como la personificación del mismo demonio. La presentaron como  una mujer que gobernaba a su esposo, enemiga de los sagrados valores familiares norteamericanos, partidaria del aborto y de los homosexuales.
Pero nada de eso funcionó. Esos ataques eran el producto de la desesperación y de verse rezagados en las encuestas, y en los votantes, que no son tontos, lo que produjeron fue un resultado diferente al buscado.
Así, el día de las votaciones, los norteamericanos votaron y derrotaron a los republicanos. William Bill Clinton, que al momento de proclamar sus aspiraciones un año antes no se le veía ninguna posibilidad de triunfo, acababa de propinarle una paliza a George Bush, quien era visto como imbatible, inderrotable.
Clinton se había impuesto. Había derrotado a la maquinaria poderosa y perversa de la manipulación y la campaña negativa de los republicanos. Su férrea voluntad, su energía, su optimismo desbordante, su carisma, su arte en comunicarse, unido a la terrible situación económica, habían hecho posible lo que parecía imposible: La derrota de Bush o el triunfo de Clinton.
Años después, en 2007, las cosas no marcharon tan bien para los Clinton. Cuando Hillary parecía encaminarse a un triunfo seguro y fácil en las primarias del Partido Demócrata, apareció un joven senador, moreno, cuyo padre era africano y musulmán, sin aparentes posibilidades de éxito, pero como Bill Clinton antes, con una personalidad atractiva, encantadora y  un mensaje seductor, y la derrotó.
Ese moreno, contra quien se lanzó toda clase de ataques, primero por los demócratas de Hillary durante las primarias, y luego por la derecha conservadora del Partido Republicano, se llamaba Barak Obama y es el actual Presidente de Los Estados Unidos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario