El astro Sol inició a descender sus rayos entre las madrigueras de mi viejo
campo, Santana, ubicado a unos 4 kilómetros al Este de la histórica
ciudad de Hato Mayor del Rey, en la parte oriental de la Isla Hispaniola.
Entre los arbustos se escuchaba un tac, tac, tac. Presumí que era un Pájaro
Carpintero, que golpeaba con su pico el tronco de una Amapola.
En efecto, era el ave taladradora que busca construir una casa de comida o
su nueva vivienda. Me acerqué más al ruido y buscando rendijas entre los
árboles pude apreciar a la tricolor ave, que tanto daño hace a la producción
agrícola, pero que además es una biocontroladora natural, que no se debe
extinguir.
Cuando sintió mi presencia dejó de golpear el árbol y observé que se puso
en atención a mirar al intruso que había llegado, no se sabe con qué
intenciones. Traté de serenarme. Mi presencia lo inquietaba. Quería volar.
Noté que inició a estudiar mis intenciones, que no eran malas. Sólo quería
verlo y estudiar un poco su comportamiento, que cuando niño no podía realizar,
por no estar dotado del raciocinio que ahora me aborda.
Permanecí más de media hora observando al depredador del bosque. Había más
aves, pero sólo el Pájaro Carpintero me ponía atención.
Quería hablarme, pero no le salían palabras por su condición de ave. En su
cabeza se aposentaron mil y una preguntas, para hacerme. Se movía. Me miraba.
Se iba de un lado para otro. Sin embargo, nunca voló. El quería decirme algo.
Yo lo entendí así.
¿Qué querrá decirme el Pájaro Carpintero, que tanto me mira? Me pregunté. En
realidad quería hablarle, pero pensé que no me entendería. El sabía que yo no
era de su raza. Que no era de su grupo. Que no volaba. Que no podía darle al
árbol como él lo hacía. Mil cosas invadieron mi cabeza. Mil cosas quería
preguntarles. Más él no me entendería.
Logré sentarme al tronco de una mata de cacao. Quería estar cómodo para
mirarle. No quería quitarle mis ojos de encima. Quería seguir viendo sus
movimientos. Lo desafié al que se cansara primero en dejar de míranos.
Me ganó.
Entendí rápidamente que estaba en su campo de batalla, en su escenario. El
buscó aliados para desafiarme. Azuzó las hormigas, los carcales, los mayes, los
mosquitos. Una rana y una culebra negra se asomaron a mis ojos. Buscó cuantos
aliados pudo.
Todos se abalanzaron contra mí. En ese escenario no podía competir. Intenté
pararme, pero la culebra me asustó. Se paró como un hombre frente a mí.
La rana corrió hacia a mí, no sé si huyendo a la culebra o para atacarme. Las
hormigas se pusieron más rebelde al notar la presencia de la rana y la
serpiente.
Se sabe que la rana come hormigas. Al unísono quisieron comerme. Hui
despavorido. Regresé a la casa de mi hermana Magaly Vega, a unos 200 metros de
donde había sido atacado por los insectos y amenazado por la serpiente negra y
la rana.
El carpintero lo fue convocando a todos con su silencio. Es una mágica
forma de llamar a la guerra, de buscar aliados. Sentado pasé más de media hora
rascándome de las picadas me habían inyectado las hormigas y las Jibiboas que
se aliaron al Pájaro Carpintero. La Jibiboa es un insecto que sólo vive en las
plantaciones de cacao y café. Mientras metía uñas a mi anatomía, escuché al
Pájaro Carpintero, cantar sin parar. Era como burlándose porque me había
vencido.
En efecto, se burló de mí. Con sus aliados pudo lograrlo.
Mientras estuve sentado en casa de mi hermana, no dejó de gritar. Era el
grito del triunfo. Era guitarra que indicaba que había ganado una batalla en su
territorio.
No conforme con todo lo que había pasado en el territorio dominado por el
Pájaro Carpintero, regresé al lugar. Sólo quería saber si era que seguía tan
alegre con mi tragedia.
Cuando asomé la cabeza, dejó de gritar. Ahora saltó del árbol y se asentó
en una Cabirma. Nunca dejó de mirarme. No habló. No quiso gritar más.
Pensó yo había regresado en venganza o represalia. Nunca me ha gustado la
venganza. Pienso que los ataques y
diatribas se deben responder con el trabajo. A eso fui de nuevo donde el
Pájaro Carpintero. A estudiarlo. A saber más de su cultura, de su valentía, de
su miedo, de su comportamiento con los demás.
De su arrojo y forma de enfrentar la vida en sociedad. Regresé donde él
para poder escribir estas líneas, que de seguro servirán para lectura de
muchos.
Con el pájaro que me enfrenté era joven. Parece que tenía planes de
casarse. Se sabes que cuando alguien va a contraer nupcias, tienes que
pasar vicisitudes.
Abusos, sustos, atropellos de los insensatos. El matrimonio es un gran
compromiso que acelera la vida. Que mortifica aunque después se disfrute.
Ahora no me senté al tronco del cacao. Temía a las hormigas y las Jibiboas.
Me escondí detrás de un árbol para que el Pájaro Carpintero no me visualizara.
Mientras estaba oculto, no gritó, no silbó.
Creo que sabía que yo aún estaba ahí.
El carpintero tiene muy desarrollado los tímpanos de sus oídos. Escucha a
todo el mundo, menos el escándalo que produce con sus picadas a los
árboles. Piensa que a nadie le molesta el tac, tac, tac…
Es fastidioso como el fumador de drogas. Calumniador y bochinchero como los
comediantes y periodistas. Sabes tanto que se ríe cuando tú está lejos y se
alegra cuando no te ve. Es un ave extraña.
LA EXTRAPOLACIÓN
Hay muchos Pájaros Carpintero en los pueblos. Los hay a borbollones. Hay
muchos sabios que quieren vivir haciendo ruidos. Picando, engullendo
sabidurías.
Los carpinteros en los pueblos no reniegan sus orígenes. Viven del silbato,
de picar aquí y picar allá.
El Pájaro Carpintero del pueblo, es aventurero como el del campo. A todas
las féminas les prometen una casa. Pintan pajarito, es planero.
Los del pueblo son un símil de los del campo, con la salvedad que el pájaro
campesino vuela y el de la ciudad corre y camina. El carpintero es orgulloso.
Le encanta desafiar a peleas. Es como el tigre de barrio, que se impacienta
cuando no tiene enemigos.
Los carpinteros pueblerinos nunca entran en razón. No ve a nadie. Su mundo
es el conflicto y hacer ruido.
Se caracterizan por el bullicio, por la arengas co-co-co…
Los carpinteros del campo se asemejan a los del pueblo, aspiran
a tener todas las mujeres. Se pintan, para colorearse la vida.
El carpintero es un ser vivo de poco sexo, la apariencia y el vicio de
picar lo enloquece. Se obnubila con los cuentos, la apariencia. Los
“Inrirí”, como llamaban los indígenas al Pájaro Carpintero, son los padres de
la menstruación femenina. Fue un mito que se borró con la llegada de los
españoles.
Del carpintero el hombre aprendió a trepar y picar los alimentos, se ha
dicho siempre. La experiencia cultural del Pájaro Carpintero no dejará de
ser importante, para avanzar en la cultura de la juventud pueblerina.
Es fácil determinar cuáles son las casas de los carpinteros, pero de ahora
en adelante, cuando veas un Pájaro Carpintero, recuerda que con su pico se
crearon a las mujeres.
! Cuanto aprendí en Santana de la cultura del Pájaro Carpintero. Pronto
volveré al campo!
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