martes, 14 de diciembre de 2010

La paciencia del maestro


PROF. ALBERTO PEREZ UBIERA
Todo maestro ha tenido en algún momento que lidiar con estudiantes de escuelas públicas o colegios privados con todo tipo de conductas, muchos son excelentes muchachos de barrio pobre que solo hay que explicar un tema de análisis y ponerlos a sacar conclusiones o en cualquier teorema matemático son unos fenómenos al instante, demostrando sus talentos.
Pero también, ningún maestro puede decir que no ha tenido que resignarse para no morirse del corazón con algunos, que por más que  trates de enseñarles no cogen ni con cucharitas, a parte de que son lentos en sus aprendizajes, también muestran la falta de cariño y de comprensión que muchas veces no las tienen en sus hogares.
Es ahí que la paciencia debe funcionar en el interior de  un genuino maestro.
“El genuino educador es aquel que provoca crecimiento, porque es capaz de ver, de descubrir y valorar la potencialidad que se encuentra en la interioridad del educando”.
Pero hay algo que se sobreentiende, los maestros somos humanos y por demás imperfecto y en ocasiones hay que contar hasta diez para uno poder aguantar las ocurrencias que hacen estos adolescentes cargados de neuronas.
Yo como maestro siempre he tenido muy buenas relaciones con mis alumnos y casi los recuerdo a todos los que han pasado por mi aula. Recuerdo uno en especial, Santiguito, este era un muchacho que privaba en científico y en sus exposiciones nadie lo entendía, ni siquiera yo, porque sus experimentos y sus razonamientos no guardaban relación alguna con los temas tratados, sus gestos eran de muchacho medio idiotón y sus facciones siempre hacían reír a todo el mundo cuando se paraba a tratar de explicar sus clases.

Cuando yo publiqué mi libro de cuentos titulado “Atrapado en sus creencias”, el cual contiene una serie de cuentos cortos que relatan diferentes situaciones de la vida diaria del dominicano, quise compartir mi obra con mis estudiantes para que ellos puedan apreciar el talento que podía tener su profesor, lo puse a analizar uno de los cuentos titulado “Reflejado en el delirio”, que trata de un moribundo que representa al pueblo y en su lecho de muerte entabla una conversación con la muerte y le pide que antes de llevárselo, le muestre el presente, el pasado y el futuro de su nación, muy interesante.
Llegó el día de las exposiciones y yo me sentía orondo con los halagos y la buena interpretación que daban la mayoría a mi cuento. Hasta que llegó el turno de Santiaguito…
¡Que muchacho este!
Vino al frente y se colocó a mi lado al tiempo que empezó a dirigirse al auditorio, yo expectante estaba ansioso por oír su análisis ya que él con uno de mis libros en las manos, me miraba a mi, miraba al libro y miraba a los demás muchachos y cuando pronunciaba alguna palabra no se refería en nada al cuento que se estaba analizando.
La clase empezó a convertirse en un caos de risas y movimientos, por lo que tuve que utilizar mis estrategias para salir de esta y continuar adelante, fue ahí que intervine y le pregunté a Santiguito con mucha paciencia.
-Pero mi hijo, ¿y qué tu opinas del cuento Reflejado en el delirio?…
Él miró nuevamente el auditorio, observó el libro, me miró a mí con cara de bobolongo y dijo.
-Profe, le voy a ser sincero eso para mi es un “disparate” y caminó despacio rumbo a su butaca.
Yo con toda honestidad les voy a ser sincero, tuve que respirar profundo tres veces, porque cuando se iba, me dieron ganas de hacerle asiii… y darle un “al revé” con la mano izquierda a ese región de muchacho campeón de la idiotez, que por suerte todo se quedó en un suspiro profundo…                                      

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