lunes, 2 de mayo de 2011

Ejemplos de la historia (15) Francisco Gregorio Billini

FARID KURY

FARID KURY
En la política uno se encuentra con toda clase de políticos. Los hay que se aferran al poder de una forma tan enfermiza y tan perversa que son capaces de las peores fechorías y crímenes con tal de llegar al poder o de seguir en él.
En nuestra República Dominicana hemos tenido varios gobernantes así.  Enumero sólo cuatro: Buenaventura Báez, Ulises Heureaux, Rafael Leónidas Trujillo y Joaquín Balaguer. Pero también los hay que no se apegan tanto al poder. Esos, cierto es, son los menos.
Nuestra historia ha tenido políticos y gobernantes que no vieron el poder como la prioridad principal de su actividad politica. Juan Bosch, sin duda, es en el siglo XX un ejemplo de lo dicho. Nunca sacrificó sus ideas, sus principios, ni su aspiración suprema de servir a la nación desde el poder. Para él, el gobierno era una vía para servir, no un fin en sí mismo. Y cuando esa visión chocó frontalmente con los intereses oligárquicos, prefirió su derrocamiento antes de transigir con sus principios. Francisco Gregorio Billini es, en el siglo diecinueve, otro ejemplo del político que prefiere abandonar el poder antes de abandonar su visión y su forma de ser. Sólo gobernó nueve meses. Pero, a diferencia de Juan Bosch, no fue derrocado, sino que prefirió renunciar voluntariamente.
Yo estoy seguro que si no hubiese renunciado, lo hubiesen derrocado. Algún general de esos que abundaban hubiese encabezado una revuelta y lo hubiese derrocado, como era la tónica entonces. Gregorio Billini, alias Goyito, es una figura admirable de la historia dominicana. Fue maestro, periodista y excelente escritor. 
Siendo prácticamente un adolescente, se enroló en el ejército restaurador. Al final de la guerra restauradora, en la que el bravo ejército español fue derrotado por los harapientos campesinos dominicanos, fue apresado por los españoles quienes lo canjearon al momento de abandonar el territorio dominicano. 
Se integró al Partido Azul, un movimiento de corte liberal y progresista, que acaudillaba el general Gregorio Luperón. En la Guerra de los Seis Años, considerada con justicia nuestra tercera guerra de independencia, que dirigió Luperón contra Buenaventura Báez, un típico presidente sin principios que pretendía entregar la Bahía de Samaná a los Estados Unidos, Billini participó activamente, combatiendo en la frontera bajo las órdenes de José María Cabral. Posteriormente, a él le tocó ser el cuarto presidente de los Azules. El primero había sido Gregorio Luperón en 1879, quien sólo duró un año.
El segundo fue en 1880 Monseñor Fernando Arturo de Meriño. Le siguió Ulises Heureaux, alias Lilís, en 1882. En 1884, con el apoyo de Luperón, Billiní ganó las elecciones y ascendió al poder. Pero apenas nueve meses después, cansado y hastiado de las zancadillas del poder, patrocinadas especialmente por Lilís, decidió renunciar y dejar la presidencia en manos del vicepresidente Alejandro Woss y Gil, un seguidor de Lilís.
El 16 de mayo de 1885 presentó ante la Cámara de Diputados su renuncia, considerada por muchos como una verdadera pieza antológica en su género. Quiero presentarles a los que se molestan en leer estos comentarios históricos sólo lo que se considera fue la esencia de aquella pieza oratoria:
"...Cuando subí las gradas del solio para regir los destinos de la Patria, aunque pisé con firme planta hasta su último escalón, desconfié de mi gloria; porque traía en deseo de hacer mucho en bien de la República. Hoy, habiendo hecho muy poco, dadas las circunstancias, me parece que este descenso me enaltece: desciende mi personalidad vana y efímera para elevarse la República grande e inmortal. Creo dar un ejemplo resignando el mando espontáneamente y eclipsándome en las sombras del hogar sin mezquinas aspiraciones para el porvenir.
...Podré aparecer ante todos bajando; pero yo siento que estoy de pié sobre la cumbre!
...Ciudadanos Diputados: a vuestra justicia os entrego el examen de mis actos como primer mandatario de la República, y para mí garantía y la vuestra, sabed que voy a colocarme al nivel del más humilde de mis conciudadanos. Yo me despojo de la potestad que ellos me dieron, limpias las manos y la conciencia, de la sangre del crimen y del oro corruptor del peculado...
...Me despido del Poder y de vosotros; y os ruego veáis en mí al más humilde y sincero cooperador del bien de mis conciudadanos.
  Allí, desde mi hogar, estaré como siempre, a defender las instituciones y al Gobierno que constitucionalmente dais hoy al país. Me entrego, pues, a quien me debo; a la patria y a su felicidad.
.....Ciudadanos Diputados: concluyo con un saludo de gratitud para vosotros y para todos mis conciudadanos y con un voto levantado al cielo para que el nuevo Gobierno, que es la continuación del mío, llegue a feliz y prospero fin, apoyado en la ley que es la salvación de los pueblos".

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